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 Julio I. González Montañés ©

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Conclusión

 

    

    Creo que a la vista de los datos aquí analizados, no cabe iniciar por más tiempo la historia del teatro gallego con el Entremés famoso. En la Edad Media fueron conocidos en Galicia los dramas litúrgicos, existió un teatro menor de carácter juglaresco, hubo teatro franciscano muy probablemente en lengua vernácula y estuvieron sin duda muy extendidas las Pasiones y los Descendimientos que incluso han pervivido hasta nuestros días. Desde el siglo XVI hay abundante documentación sobre la existencia de un teatro bilingüe universitario y de colegio, y de representaciones en el Corpus. Tenemos también noticias en esa época de un teatro hagiográfico y del ciclo del mariano, de modo que ninguno de los grandes géneros del teatro europeo de los siglos XI-XVII fue desconocido en tierras gallegas, y en el Barroco fueron populares las comedias y entremeses y conocidos todos los recursos escenográficos del teatro de la época, que tenemos documentados incluso en el teatro popular.

   Cierto que los datos son cuantitativamente escasos y que no puede compararse la situación del teatro en Galicia en el período medieval y renacentista con la del área catalana, pero sí con la de Castilla en la que, como sucede en Galicia, la escasez de textos -inexistencia en el período comprendido entre el Auto de los Reyes Magos (ca. 1150) y la Representación del Nacimiento de Nuestro Señor de Gómez Manrique (ca. 1460)- sólo ha podido ser suplida con referencias documentales y pruebas indirectas.

   Los argumentos que los estudiosos del teatro medieval castellano han presentado para explicar la evidente disimetría entre el área catalana y la castellana pueden servir en parte para explicar el caso gallego. Donovan explicó ese desequilibrio por la diferencia de rito litúrgico: en Cataluña el rito romano penetró tempranamente y sin imposición, lo que explicaría la abundancia de representaciones, mientras que en Castilla, donde la liturgia hispana o mozárabe pervivió más tiempo resistiéndose a desaparecer, y donde la liturgia romana se adoptó en su versión cluniacense, poco propensa a la utilización de los tropos, la iglesia adoptó una actitud hostil ante las dramatizaciones litúrgicas.

    No es fácil aplicar ese razonamiento a Galicia, donde la liturgia romana -en su versión anterior a la reforma gregoriana- se introdujo como hemos visto en tempranamente, y donde la orden cluniacense, aunque situó a algunos de sus miembros en los obispados, no fue muy bien recibida y sólo consiguió fundar media docena de prioratos que nunca llegaron a alcanzar ni prestigio espiritual ni gran prosperidad material. Del mismo modo, difícilmente casan con la realidad gallega las argumentaciones que apelan a la predominante ocupación guerrera de Castilla, empeñada en la lucha de la Reconquista, para explicar la razón de esta peculiaridad castellana que para Surtz sólo puede entenderse analizando la función del drama en la sociedad medieval, auténtico acto/auto de fe y mecanismo de afirmación utilizado para estimular la piedad de los fieles, innecesario en Castilla donde la afirmación colectiva de la identidad cristiana se realiza constantemente en la lucha contra los invasores musulmanes.

   Más pertinentes me parecen los argumentos del académico García de la Concha, para el cual la escasez de teatro medieval en Castilla podría deberse en buena parte, y paradójicamente, a su abundancia y a su carácter conservador. Los textos eran muy cortos y siempre los mismos por lo que no era necesario escribirlos y se transmitían oralmente. Este tradicionalismo explicaría también la escasez de géneros teatrales, ya que hasta finales del siglo XV todos los argumentos giran en torno a los principales episodios litúrgicos (los tres grandes ciclos de Pasión, Resurrección y Natividad) y no hay temática veterotestamentaria, hagiográfica, ni mariana. En Galicia, como en Castilla, los textos escasean pero hay numerosas evidencias indirectas que apuntan a una extensión de las prácticas dramáticas mucho mayor de la que se suponía.

  En el caso de Galicia juega también a favor de la tradicionalización y el anquilosamiento de los géneros la situación política creada a partir de 1230 con la muerte de Alfonso IX, el último “rey gallego”. Tras su desaparición, Galicia se somete a los intereses castellanos con Fernando III, la Reconquista avanza y el Camino de Santiago, antes auténtica columna vertebral de la economía de la España cristiana, decae. Sin pretender establecer una relación determinista entre política y cultura, parece claro que a partir de estos momentos Galicia empieza a quedar aislada de los centros de decisión política y de los núcleos de desarrollo económico y adquiere un carácter periférico que condicionará el desarrollo de su cultura.

  Serafín Moralejo ha valorado adecuadamente la influencia que estas circunstancias políticas tuvieron en el arte, permitiendo explicar la pervivencia del románico y de la plástica mateina en Galicia, fruto de la inercia que siempre se produce en una situación de vacío, y es probable que algo similar haya sucedido en el teatro. El drama litúrgico, a pesar de algunos progresos en su escenografía y atrezzo, fue incapaz de evolucionar para dar lugar a un drama vernáculo desarrollado; el teatro menor juglaresco en lengua gallega vive todavía un período de esplendor en la década de 1240 pero posteriormente decae, lo mismo que el resto de la lírica, al cambiar las circunstancias político-culturales que habían propiciado su nacimiento; la dramática franciscana pervive pero abandona el gallego, y la recuperación del teatro vernáculo tiene que hacerse por vía erudita, ya en el XVI, en el teatro de colegio.

    Debieron de existir también representaciones populares como los Descendimientos y las Pasiones de las que tenemos noticias hasta el siglo XIX pero sin duda eran en buena parte mimo y los diálogos, cuando existían, muy cortos y transmitidos por vía oral lo que ha impedido que hayan llegado hasta nosotros. Si a esto unimos que desde el reinado de los Reyes Católicos el uso del gallego como lengua de cultura decae, tendremos la explicación de la escasez de textos.

   Reunidos todos los testimonios, y aún con un criterio abierto, parece evidente que la situación no ha sido la misma en Galicia que en Aragón o Cataluña, pero parece así mismo probable que la actividad dramática en la época estudiada haya tenido una extensión mucho mayor de lo que se pensaba y de la que dan a entender los textos. En la literatura gallega medieval, como en cualquier otra de la misma época, los textos conservados son tan sólo una pequeña parte de los que realmente se produjeron y esto es especialmente cierto en el teatro por su componente popular y espectacular; pero además en Galicia las perdidas en los archivos han sido enormes lo que lleva a pensar que lo que tenemos es tan sólo la punta del iceberg. Más aún, no creo excesivo aplicar a Galicia los argumentos que J. L. Sirera planteó para Castilla y afirmar que, frente a la aparente pobreza del teatro medieval gallego, la complejidad de lo que se conserva nos indica que no es sólo la punta de un iceberg sino los restos de varios, arrastrados por corrientes diversas.
 

 

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