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Proclamaciones y
coronaciones reales
Una vez
concluidas las exequias
del monarca difunto, y en ocasiones antes, o posponiendo el luto para
poder celebrar festejos, tenía lugar la proclamación pública del nuevo
Rey. Las
proclamaciones reales eran fiestas con motivaciones políticas y de
propaganda monárquica que escenificaban un pacto simbólico entre la
Monarquía y una representación del pueblo, los magistrados locales, la nobleza
y la Iglesia. Al principio se trataba de una ceremonia muy
sencilla: en las villas y ciudades el pueblo era convocado ante la Casa Consistorial y un oficial
(desde Felipe II el Alférez Mayor) alzaba el pendón del nuevo rey,
proclamaba el comienzo de su reinado y el pueblo gritaba tres ¡Vivas!
Posteriormente la ceremonia se fue complicando y se procuró la
participación del clero, de las autoridades con trajes de gala y de los
gremios que representaban un número musical o de danza ante el
Ayuntamiento.
En Galicia hay noticias
de varios de estos festejos, el primero el de la proclamación de Felipe II en 1556 en A Coruña, donde se elevaron
pendones con las armas del Rey, del reino y de la ciudad “el cual
pendón ha de ser de tafetán colorado con sus borlas y cordones y
bordadura”, y se corrieron tres toros por las calles. No sabemos si
en estas fechas había espectáculos de mayor entidad como sucedía en
siglos posteriores en los que era costumbre que los regidores saliesen
del Ayuntamiento a caballo, con porteros, timbales y clarines,
dirigiéndose a la casa del Alférez Mayor que comparecía con su caballo
engalanado (a veces de luto por el rey muerto), rodeado de lacayos y
portando el pendón. Cabalgaban todos hasta la Casa Consistorial donde
tenía lugar la proclamación en un tablado levantado al efecto delante de
ella, y después había desfile por las calles, cohetes, salvas, y en
ocasiones se erigían arcos de madera alegóricos. Terminado todo había
baile y se daba un refresco
al pueblo en el que se gastaban respetables sumas.
La ceremonia era similar en
todas las villas y ciudades donde se solemnizaba (además de en las siete
capitales tenemos noticias de ellas en Vigo, Viveiro, Ribadeo...), y se mantuvo invariable
a lo largo de los siglos, si acaso con un incremento del aparato
festivo durante la época borbónica. En Betanzos, por ejemplo, la
proclamación de Felipe III en 1598 se celebró el 15 de noviembre con
alzamiento de pendones y luminarias nocturnas, pero la celebración de la
proclamación de Fernando VI en 1747 duró tres días y, además del
alzamiento y las luminarias, hubo también fuegos artificiales, danzas
gremiales, máscara a caballo y foliones. La Casa Consistorial fue
engalanada con colgaduras y en su fachada se colocó un rico dosel de
terciopelo carmesí, bajo el cual se situaron los retratos del Rey y de
la Reina, escudos con las armas de la ciudad y el pendón real. Hubo
también procesión general, Te Deum y Misa cantada.
Del mismo modo, en Viveiro
la proclamación de Felipe II el 1 de mayo de 1556 se ajustó a los
patrones de la época de los Austrias con una ceremonia solemne pero
exclusivamente política: ¡Vivas!, procesión con el pendón y alzamiento
del mismo en un "cadafalso que allí estaba hecho y adornado como tal
acto requería". Similar fue la proclamación de Felipe V el 5 de
diciembre de 1700 (con las exequias de Carlos II todavía muy recientes),
pero en la de Luis I en 1726 el ayuntamiento acordó hacer tres días de
fiestas con funciones religiosas y sermones, comedias, toros,
luminarias, salvas de artillería y fuegos artificiales.
Coronaciones
No fueron en la Edad
Media los monarcas castellano-leoneses muy proclives a comenzar sus
reinados con ceremonias públicas de coronación, que no se consideraban
imprescindibles, y tampoco lo fueron en
los siglos posteriores, a diferencia de otros países europeos como
Francia. En España, normalmente se limitaban a una ceremonia palaciega
de juramento de fidelidad de los nobles al nuevo rey, y/o a un besamanos
que simbolizaba la sumisión al poder real. Sin embargo, sabemos que en
algunos casos, cuando las circunstancias políticas demandaban
una afirmación pública de la legitimidad y el poder del nuevo monarca,
o aspirante a serlo, se hicieron coronaciones solemnes acompañadas de fiestas, algunas de las
cuales tuvieron lugar en Galicia en la Catedral de Santiago o se
programaron para hacerse en ella aunque, finalmente, no se hicieran como
sucedió con la Alfonso XI en 1332.
Sancho
Ordóñez se hizo coronar Rey de Galicia por el obispo Hermenegildo en la catedral compostelana en
el 926 (Sancho I de Galicia), como gesto de afirmación frente a su hermano Alfonso IV de León ("ego Sancius, predicti serenissimi principis domni
Hordonii genitus, dum Deo adiuuante in eodem sepenominato loco
apostolico sceptrum acciperem regni", dice el propio Sancho en una
carta del 927 copiada en el Tumbo A). En el 958 fue su sobrino Ordoño
Adefonsiz (Ordoño
IV el Malo), el que fue coronado el 2 de marzo en Compostela por el obispo Sisnando II, con el apoyo
de Fernán González y de la nobleza gallega, y en presencia de los
obispos de Mondoñedo, Lugo, Tui y Ourense, frente a Sancho el Craso
(Sancho I de León, consagrado también probablemente en Santiago en el
956). De nuevo en un contexto de conflicto
político, la nobleza gallega proclamó Rey a Vermudo II frente a su primo
Ramiro III y lo hizo coronar en Santiago el 15 de octubre del 982 por el
obispo Payo Rodríguez: "...comites Gallecie factis ac verbis
contristari. Ipsi quidem comites talia ferentes, callide adversus eum
cogitaverunt, et regem alium nomine Veremudum super se exerunt, qui fuit
ordinatus in sede sancti Iacobi apostoli idus Octobris, era
millesima vicessima", dice la Historia Silense.
Ya en el siglo XI,
fue García II el que se coronó en 1065 como Rey de Galicia en Santiago,
siendo consagrado por el que había sido su preceptor, el obispo
Cresconio, y a principios del siglo XII el niño Alfonso Raimúndez fue proclamado Rey en 1109 cuando tenía cuatro años, y consagrado
y coronado por el obispo Gelmírez en Compostela el 17 de septiembre
1111. La de Alfonso Raimúndez (Alfonso VII) es la primera coronación en
España de la que tenemos una descripción, recogida en el capítulo LXVI
de la Historia Compostelana:
"Así al domingo siguiente,
en el que se canta en el introito de la misa 'Iustus es Domine',
llevaron a Santiago con grande y noble cortejo y en medio de la alegría
de todos al infante que iba a reinar. Y el obispo, vestido de
pontifical, y los otros clérigos convenientemente revestidos con los
ornamentos eclesiásticos, le recibieron en gloriosa procesión. Tomándolo
el pontífice le condujo con ánimo gozoso ante el altar de Santiago
apóstol, donde se asegura que
descansa su cuerpo, y allí, según normas de los cánones religiosos, le
ungió como rey, le entregó la espada y el cetro y, coronado con diadema
de
oro, hizo sentar al ya proclamado rey en la sede pontifical. Luego, una
vez
celebrada la misa solemnemente según lo acostumbrado, llevando al nuevo
rey a su palacio, el obispo invitó a todos los próceres de Galicia al
convite real, en el que el clarísimo conde Pedro fue dapífero regio y su
hijo Rodrigo sostuvo como alférez la espada del rey, el escudo y la
lanza,
Munio Peláez presentaba al rey los manjares, y Bermudo Pérez mandaba
servir a todas las mesas vino y sidra en abundancia, y así, saciados
todos con diversos y bien aderezados manjares, pasó aquel día entre
himnos y
cánticos de júbilo" (trad. Emma Falqué Rey, 1994, pp. 174-75).
Por último tenemos el
caso especial de Alfonso XI, que el día 25 de julio de 1332 fue
investido caballero en la catedral compostelana por el mismísimo Apóstol
Santiago in effigie, en lo que había sido planeado como prólogo
de su coronación en Santiago. El ceremonial diseñado por el obispo de
Coimbra, Raymond II
Ebrard, no se llevó a cabo, pero de acuerdo con lo previsto por él en el
denominado Libro de la Coronación de los Reyes de Castilla (biblioteca del
Escorial Cod. &.III.3), que nunca llegó a terminarse, la coronación de Alfonso XI debería de haber
tenido lugar en Compostela:
"Quando
el Rey entrare en Santiago con toda su caualleria, los arçobispos et
los obispos, que deuen seer quatro a lo menos, deuen sallir
reuestidos con toda la cleriçia muy noblemente et con gran procession a la puerta de la çiudade, con las cruçes et con
reliquias. Et deuen reçebir al Rey con la mayor honrra que podieren.
Et esto haran en el dia que el Rey ouiere de seer sagrado. Et de los
filios dalgo de los meiores de su corte deuen descabalgar et tomar
las riendas del cauallo en que el Rey caualgar, et lieuenlo por
ellas honrradamientre. Et el su thesorero deue lançar dineros por
las ruas ante el Rey. Et el su merino mayor deue trayer la espada
alçada ante el. Et assi deuen yr fasta las primeras gradas de la
yglesia de Sanctiago...".
En el Libro de la
Coronación se
describe minuciosamente y se ilustra con miniaturas el ritual previsto,
incluyendo los estrados
que habrían de levantarse en la Catedral compostelana (véanse Fotos), pero
a la postre la ceremonia se hizo en Burgos y solo se siguió parcialmente
el ordo diseñado por el obispo de Coimbra. Probablemente los franceses Raymond
de Coimbra y
el arzobispo de Santiago, Berenguel de Landoire, querían un escenario
simbólico como la iglesia de Santiago de Compostela, en la que habían
sido proclamados reyes o se habían enterrado grandes monarcas leoneses,
para confirmar al joven Alfonso y reivindicar la importancia de las
antiguas sedes episcopales del noroeste peninsular, desplazadas por el avance de la
Reconquista.
Sin embargo,
al final la coronación fue en Las Huelgas (Burgos), y Alfonso solo
estuvo dos o tres días en Galicia. En este cambio de planes quizá
tuvo algo que ver la muerte de Berenguel de Landoire en 1331. El caso es
que finalmente se optó por dividir el ceremonial en dos partes: la
investidura como caballero en la catedral de Santiago y la
coronación en Las Huelgas, monasterio de fundación real y lugar de
enterramiento de la familia de Alfonso. Es lástima, porque privó
al público gallego de disfrutar de los torneos, justas y bofordos, de la música, parte de la
cual aparece transcrita en el ceremonial (véase Foto), y de las carrozas en forma de
naves, las bailarinas y los juglares que deleitaron a los burgaleses, de
todo lo cual conservamos una vibrante descripción de Ruy Yáñez en el
Poema de Alfonso XI o Crónica rimada.
No obstante,
solo la ceremonia de la investidura como caballero, aunque no pueda
calificársela como Teatro, con mayúscula, sí que fue una
representación, un espectáculo público con claras intenciones políticas
de legitimación de un monarca cuestionado
. La ceremonia parateatral se
concibió, en palabras de Rosa Rodríguez Porto, como: "una epifanía
regia en la que se entretejieron fábula caballeresca y culto jacobeo",
resultando un acto que entremezcló la liturgia y la normativa
caballeresca, para el cual no pueden señalarse precedentes en el ámbito
peninsular ni en el resto de Europa.
La investidura la
describe Fernán Sánchez de Valladolid en el cap. XCIC de la Crónica
del reinado en los siguientes términos:
"... el Rey salió de Burgos, et fué por sus jornadas en romeria á
visitar el cuerpo sancto del Apostol Sanctiago. Et ante que llegase
á la ciubdat, fué de pie desde un logar que dicen la Monjoya: et
entró asi de pie á la ciubdat, et en la Iglesia de Sanctiago, et
veló y toda esa noche teniendo sus armas encima del altar. Et en
amaneciendo, el Arzobispo Don Joan de Limia dixole una Misa, et
bendixo las armas. Et el Rey armóse de todas sus armas, et de gambax
et de loriga, et de quixotes, et de canilleras, et zapatos de fierro:
et ciñóse su espada, tomando él por sí mesmo todas las armas del
altar de Sanctiago, que ge las non dio otro ninguno: et la imagen
de Sanctiago, que estaba encima del altar, llegose el Rey á ella, et
fízole que le diese la pescozada en el carriello. Et desta guisa
rescibió caballería este Rey Don Alfonso del Apostol Sanctiago. Et
porque él rescibió caballeria desta guisa, estando armado, ordenó
que todos los que oviesen á rescebir honra et caballeria de alli
adelante, que la rescebiesen estando armados de todas sus armas. Et
el Rey partió de la ciubdat de Sanctiago, et fué al Padron otrosi en
romeria, porque en aquel logar aportó el cuerpo de Sanctiago".
Y hace también
referencia a ella Ruy Yáñez en el Poema de Alfonso onceno o
Crónica rimada (estr. 389-390):
"Por
onrra e pres ganar / Ayuntó la su companna / Su espada fue tomar /
En Santiago de Espanna. / En aquel día ganó / Este rey muy grant
loor / Para Burgos se tornó / Aqueste noble sennor".
Tanto la
ceremonia de investidura en Compostela como la de coronación en Las
Huelgas fueron oficiadas por el arzobispo de Santiago Juan Fernández de
Limia. La noticia de que la
imagen de Sanctiago, que estaba encima del altar,
le dió al
Rey la pescozada en el carriello, obliga a suponer que en
la ceremonia intervino una estatua de Santiago articulada y móvil,
quizá, como supuso Peter Linehan, el
Santiago del espaldarazo que
hoy se conserva en el monasterio de Las Huelgas (Burgos), a donde habría
sido trasladado desde Santiago para armar caballeros en la ceremonia de coronación
del monarca que tuvo lugar un par de semanas después, el 13 de agosto
(la Crónica rimada dice que fue en junio, mes falaguero,
pero parece claro que se trata de un error, o de una licencia poética).
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Pendón de la ciudad de
Betanzos utilizado en las proclamaciones reales.

Alfonso VII en el Tumbo
A de la Catedral de Santiago

Aquí es pintado e
figurado el balcon, e los estrados del Rey e de la Reyna, e los destaios...
Diseño para los estrados del Rey y la Reina en la coronación de Alfonso
XI en la Catedral de Santiago. Miniatura inacabada en el Libro de la
Coronación de los Reyes de Castilla del Escorial. La presencia de
escaleras y la indicación en el Libro de que estarían
"sobre la puerta principal de la catedral", lleva a pensar que se pretendía situarlos en la
tribuna del Pórtico de la Gloria.

Página con música en el Libro de la
Coronación de los Reyes de Castilla del Escorial.

Santiago de las Huelgas, probablemente utilizado en la investidura como
caballero de Alfonso XI en Compostela (1332). Sus articulaciones,
accionadas mediante cordeles, le permiten dar el espaldaraço y la
pescoçada a los aspirantes a la caballería. |